Entender y aceptar las discapacidades no es un tema grato ni fácil para ‘nadie’. Comunicarlo, hacer publicidad con ello, es aun peor. Las líneas de la susceptibilidad son siempre delgadas y en esta caso es aun más complicado verlas. Sentirse ofendido, atacado, ninguneado, o simplemente triste e impotente, son emociones muy habituales cuando exploramos en estos mensajes. Las agencias utilizan todo tipo de argumentos para el cliente, la organización, la institución que quiere o necesita lanzar el mensaje de la discapacidad. El investigador debe hacer esfuerzos extra para mantener su frialdad de análisis, su visión comprensiva de todas las partes.
Quizás la mejor lección que me ha dado esta profesión ha venido de proyectos de este tipo, con campañas en las que el tema de la discapacidad estaba presente o era protagonista: ‘todos somos discapacitados’, todos tenemos ‘carencias’ importantes, como nos enseña la psicología una y otra vez, las abuelas y las religiones: no hagas a los demás lo que no quieres para ti.
Emocionar con campañas de la discapacidad es relativamente fácil; hacernos pensar que el logro, el esfuerzo, la valentía, la voluntad son valores humanos y que podemos compartirlos. Pero quitarnos ‘el miedo’: al contagio, a la integración real (mental), ¿es realmente posible? ojalá lleguemos a oír un ‘gracias por lo de guapo’ alguna vez en nuestras vidas.