Tenía muchos temas en mente para construir mi primera entrada en el ‘blog’ en 2014. Todas ellas me parecían sugerentes, de actualidad, ‘brillantes’ imaginaba yo en un brote de narcisismo de fin de año. Las escribía a medias en mi fantasía, en mi mente, pero no me ponía a ello, no encendía las teclas. Si no recuerdo mal pretendía escribir sobre aspectos recurrentes en la actualidad de hoy, del año 13, de ayer. Incluso me planteaba si tenía sentido pasarse un día pensando en hacer balance de los 364 anteriores y al día siguiente escribiendo los planes para los 364 siguientes, ¡vaya dos días absurdos! pensé sintiéndome alienado.
Pero hoy volví al trabajo y a mis rutinas, y en el desayuno con mis compañeros hablamos de nuestros chicos jóvenes, sobrinos, hijos, amigos post-adolescentes. Hablamos de su realidad, como una sobrina me decía hace poco a su vuelta de Köln en Alemania para las vacaciones de Navidad en España, ‘yo creo que mi generación no va a tener más remedio que buscarse la vida fuera, en Europa o más lejos quizás’. Asentí, pero la animé sin pensarlo mucho, porque a una sobrina o a una hija se le da cariño sin pensar, sin analizar nada. Le dije que era una gran ventaja que su generación debería disfrutar y aprovechar ciertamente, poder moverse por cualquier país de Europa sin aduanas, con plenos derechos de estudiar y trabajar, con la única condición de aprender el idioma local, lo que finalmente también es un beneficio. Me sonrió y asintió, aunque me dijo que volvería cada cierto tiempo para tomarse unos churritos con chocolate y hurgar en las tiendas de la Calle Fuencarral. ‘llámame y quedamos’ le dije sin dudar.
Hace unos años, hacíamos muchos estudios para la Comisión Europea sobre la entrada de España en la UE, el efecto del cambio de moneda, y las actitudes de los ciudadanos. Estudios en apariencia aburridos, pero para mí muy clarificadores sobre lo que iba a llegar.
Los de mi generación, intuyo que probablemente una mayoría (aunque hoy no tengo datos concretos), ‘sufrimos’ el primer cambio (la moneda y el sistema socio-político y jurídico), y lo más probable es que muchos no sepamos qué significa todo esto realmente, hasta donde nos influye en nuestra vida presente y futura, más allá del ‘efecto redondeo’ que supuso entrar en la moneda única. Tenemos pendiente lo que es más importante, que para algunos no será posible y yo espero que sean muy poquitos, el cambio de identidad, la asunción de un nuevo sentimiento que se grabe en nuestro ADN más individual: ‘ser europeos’, no solo aparentarlo.
Cuando vivía en USA, en el sur, e intentaba explicar a los de allí de donde venía, porque muchos no tenían ni idea de donde estaba España y si hablaba de Madrid me ponían en México, acababa diciendo que venía de Europa, porque imaginaba que al menos eso si lo habrían estudiado en sus ‘primary schools’. ¡Bingo!, así era, Europa sí tenía sentido para ellos. Y el caso es que también lo empezaba a tener para mí. Ser europeo, poder movernos por cualquier país sin tener que haber nacido allí para poder aprovechar sus ventajas y sus deberes, tener contacto con tantas culturas con las que hemos convivido tantos ‘siglos’, de igual a igual, tantos sabores, tantos climas, tanta cultura, a golpe de euro.
Sé que muchos de mi edad y quizás algo menos (curiosamente los mayores me demuestran cada día que Europa les interesa mucho, como parte de su vida y de su historia), tendrán problemas para asumir esta identidad como la prioritaria. Se también que muchos no la asumirán nunca. Pero también sé que las cosas son diferentes cuando en vez de decirte a ti mismo que has ‘emigrado’ a Alemania puedas sentir que has encontrado nuevas oportunidades en un país hermano, europeo, que te has movido dentro de un gran país, una comunidad de países que se protegen.
Y nuevamente siento que la ‘Vieja Europa’ es el mejor país para vivir, y el sur, Madrid, un lugar deseable y precioso, tanto como Colonia, París o Roma, ni más ni menos. Sentirse europeo.
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