Muestro a un grupo de personas que no conozco de nada un anuncio, una idea creativa, un concepto, un producto…. y les pregunto sin preguntarles, ‘muy bien es su turno, les escucho’. A veces ni siquiera hablo, solo dejo que mi ‘no verbal’ les indique que pueden hablar; el silencio es el más poderoso de los altavoces.
Hay una verdad inmutable para mí, que todo lo que nos cuentan, a mi y a los demás colegas que nos dedicamos en serio a la investigación social y el análisis, es sagrado, es intransferible más allá de lo acordado. Es información confidencial, y esto no son palabras vanas sino reglas de confianza máximas.
Hoy se ha sabido que estas reglas se rompen a menudo en nuestra sociedad, por actores sociales relevantes, se venden y se compran datos personales y conversaciones:
La Confianza se pierde de golpe y se pierde a trocitos, lentamente. Si ya se ha perdido casi toda, en la ley, en los creadores de la ley, en los ejecutores de la ley y en los demás actores y ciudadanos, la redención de esa pérdida será tan dura o más que cualquier ajuste financiero o político. Vagaremos por estos tiempos en la frontera del miedo y la paranoia alterna, quién me va a traicionar? cómo volveré a confiar en mi vecino?
El precio de ‘hacer lo que me da la gana’ es alto cuando el rebase de los límites se impone. No da para más señores.
Para recuperar la confianza, hay métodos y son probados por siglos de existencia de la especie humana: destapar y reconocer las culpas, aceptar los castigos y enmendar el comportamiento. ¿Estamos dispuestos o preferimos la ruleta rusa? Es una buena encrucijada.
Cogeremos la próxima salida?