A quien le importa lo que piense nadie, pienso. La mayoría de las cosas que percibimos se transforman en ‘mapas mentales’ (A. Damasio), si no todas. Es algo parecido a que nuestro cerebro se miente a sí mismo una y otra vez, creando imágenes, interpretando todo el tiempo. Para un fin muy loable, eso sí, para proteger al cuerpo que lo sostiene sobre sus hombros. Esa ha sido la aportación magistral de la evolución con los humanos, enseñar a un organo a conformarse con sus etiquetas de todo, a crear un mundo enorme, un universo de símbolos.
La vida de otros mamíferos es primitiva, solo a un poquito por ciento de diferencia de ADNs, se conforma con vivir de las emociones básicas, con poca memoria, con casi ningún concepto salvo el si o el no.
La Cultura ha hecho el resto. La naturaleza se volvió cultura, o incultura, a ojos del hombre, y todo se llenó de pinturas impresionistas o realistas, de vasijas de porcelana, de fotografías y videos de amaneceres y anocheceres.
Los momentos de la historia nos marcan en nuestro devenir, y ponemos nombres a nuestras etiquetas preciosas. Y de vez en cuando miramos atrás y sentimos nuestra mirada inocente de mamíferos subidos a los árboles, olemos el aroma de la tierra y del agua sin palabras que lo describan, sentimos el frío en nuestra calva piel temblorosa. de vez en cuando nos damos cuenta de que sentíamos intensamente sin necesidad de palabras, etiquetas, emojis. Hace no tanto tiempo.
De vuelta del recuerdo animal damos una vuelta de tuerca a otro nuevo concepto cada día. Igualdad de genero, felicidad, amos de casa, justicia distributiva, mobbing, acoso escolar. Y llega un cantante, que no pensó demasiado y canta: don’t worry, be happy, y se hace rico.
Esteban, Eduardo, Pepe, son amos de casa que yo conozco, son buenas personas, son amigos, son gente sin etiquetas, como sus parejas y sus hijos. Y de vez en cuando salen a respirar y a correr, a nadar o a sentarse y sencillamente dejarse ir con el atardecer.