La verdad de la marca, como paradigma del ‘brand coaching’, es un concepto que se acuña en estos tiempos de marketing revuelto y de innovación constante. Ni que decir tiene que encontrar la verdad de algo, como objetivo, es harto pretencioso, pero también es y ha sido uno de los motores de la historia creadora y de la historia destructora. Aceptar que la verdad no existe no es un plato agradable, y genera como concepto una discusión constante que desgasta debates y ‘cerebros’.
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Pero ser pretencioso como marca va más allá de la busqueda o no de su verdad como objetivo. La marca es lo que son sus directores, sus cuidadores, sus ejecutivos, sus trabajadores… sus creadores en definitiva. Así la marca puede ser esencialmente inteligente o astuta, seductora o zalamera, coherente o mentirosa, confiable o fantasiosa.
Casi siempre esa esencia está presente en los actos de comunicación, porque si hay alguna verdad aun no refutada esta podria ser que es imposible no comunicar, hasta el silencio comunica, y a veces con estruendo. Y esto me resulta intrigante, porque si no tienes nada nuevo o interesante que decir, o lo que vas a decir es altamente pretencioso para el momento en que vives ¿no es mejor callar y esperar?