Verde, quiero un prado verde frente al porche, margaritas y amapolas salvajes, alguna palmera y cerezos salpicando aquí y allá, parterres de mil flores más cerca de la casa, y enterrarme a la sombra. Quiero morir el 14 de Febrero.
———————————————- El frío suelo
1 Alma
Alma hacía su ronda de todos los días. Esta vez le había tocado ‘las catacumbas’, así lo llamaban. Era una zona siniestra, necesariamente oscura, oculta a toda mirada ajena, donde los médicos hacían las autopsias, bien por encargo, bien por decisión facultativa, según el tipo de muerte. Nadie es libre, ni tan siquiera en su último viaje. Hoy había pocos inquilinos, tan solo dos mesas ocupadas de las cinco de que disponían en ‘Horizonte Luminoso’, la morgue más moderna de aquella pequeña ciudad satélite.
Sus pasos sonaban con fuerza, rebotaban en las paredes de esmalte de porcelana que se los devolvía multiplicados, hermosos a sus oídos, duros. Alma disfrutaba con ese sonido, le hacía pensar que los vivos aun podemos hacer sufrir a los demás incluso cuando ya no están con nosotros, porque aun nos oyen, al menos durante algún tiempo. Alma paseaba por los pasillos de ese lúgubre y hermoso lugar de despedida como una meretriz por la calle desengaño, sintiéndose observada por muchas otras almas y mirada por nadie.
El Dr. Grande entró sin llamar y Alma lanzó un grito defensivo, casi un aullido, que hizo reír al forense y desesperar de vergüenza a la mujer.
Ah, no lo habíamos dicho aun, Alma es una mujer, aunque su cuerpo parece el de una adolescente, casi sin hacer del todo aun, como si su proceso de crecimiento se hubiera detenido por alguna extraña razón biológica aun no descubierta por la ciencia. Cumplirá 29 años el próximo mes pero nadie le echaba más de 20. El frío invierno de esta ciudad le hacía aun más pálida, más niña, casi traslúcida.
– ¿Qué tal Dr. Grande, cómo le ha ido el día hoy? ¿algún caso ‘vivificante’?
Alma le trataba siempre de usted para hacerle rabiar y mantenerle a raya, desde que una vez le tiró los tejos entre la apertura de un tórax y el vaciado de las entrañas de un anciano para conservarle unos días más a la vista de sus morbosos hijos amantísimos; regalo de la casa. Era un problema de herencias, cosa habitual en este negocio.
– Bien, bien, bien, respondió tenso como siempre que le tocaba estar con Alma en la misma habitación.
– ¿Qué hacemos hoy? Preguntó ella, ¿tenemos algún nuevo cliente?
– Si, si, si… (no se sabe porqué tenía que repetir siempre la primera palabra en sus respuestas). Hoy nos toca aquella, la número 43,b3, en la última mesa.
– Muy bien….., muy bien… allá vamos, allá…. sonrió Alma con sorna, y se lanzó sin pudor a levantar la sábana que cubría el cadáver.
Y ¿qué va a ser Dr., una exploración estándar y un vaciado para el cuerpo presente?, no sé, frenó en seco, no la veo en muy buenas condiciones; hasta me parece que ya se ha acartonado demasiado, soltó una sonrisa malévola y pegó el chicle, que dormía en su boca desde hacía horas, debajo de una banqueta metálica.
El Dr. Grande odiaba a Alma cuando hacía esas cosas, pero al mismo tiempo le daba la vida, le hacía sentir su volcán interior, su fuerza bruta, olvidando sus 55 años. Esa consciencia le hacía odiarla aun más y estar perdido por ella al mismo tiempo.
Vamos a ver, vamos…, se atrevió a decir, déjame que la mire, acerca el foco. En ese instante sin tiempo su cara se puso rígida, su mirada cambió de lo rutinario a lo inesperado, su cerebro volvió a concentrarse al máximo y olvidarse de todo, incluso de Alma. Eso a ella le ponía, aunque todavía no estaba segura del por qué.
– Dame el bisturí del nº3!, le dijo con sequedad, y Alma obedeció al instante, empujada por la certeza de que algo estaba a punto de ocurrir.
La sangre brotaba sin cesar tras el primer corte a la altura del lóbulo prefrontal. No era posible, no debía haber casi sangre líquida ya en un cadáver de varias horas y aun menos en esa zona. Sujetó el flujo como pudo, pidió gasas, Alma se aceleró y le traía todo tipo de cosas para cortar esa hemorragia inesperada. Al cabo de un instante, que se les hizo eterno, la sangre dejó de fluir y ambos respiraron aliviados y exhaustos.
– ¿Qué ha sido eso? ¿Alguna vez lo ha visto Dr.?
– Nunca, nunca….nunca!
El Dr. Grande no vaciló, estaba a cien, y siguió con su exploración, agrandando la incisión, más ancha, más profunda, casi la mitad del diámetro del cráneo de aquella mujer. Usó la sierra quirúrgica y levantó una cuarta parte de hueso del cráneo aproximadamente, como quien quita la tapa del cárter de un motor, o de una fiambrera; ciertamente no estaba para sutilezas.
Alma presenció cómo su vista se perdía durante unos minutos, su expresión desaparecía, sus músculos se paraban, como si alguien hubiera apagado su interruptor vital. No parecía ni respirar. Tan solo dijo: no, no, …..no.
Alma se acercó un poco más, inquieta, y tocó eso que aparecía bajo el corte de los huesos y los tejidos. Tenía que haber una masa rosácea y ‘circunvolucionada’. Aquello era metálico, en apariencia, y sin embargo suave y aterciopelado, negro, estaba frío, y trasmitía una pequeña vibración al tacto de los ligeros dedos de Alma. No los apartó, extrañamente, hasta un instante después.
El ‘objeto’ comenzó a expeler una especie de luz. No era una proyección, no era un ‘led’. Más bien era como un humo, un gas semiopaco, que tomaba formas.
Alma y el doctor Grande lo vieron ascender saliendo del cráneo de aquella mujer anciana, como hipnotizados, no lo podían perder de vista, subiendo y creando algún tipo de formas, lentamente, a la altura de sus ojos.
Al instante pudieron ver que el gas había formado claramente una palabra legible antes de difuminarse por el espacio de la habitación, ‘verde’.
2 Antonia
….Debes portarte bien, ten siempre los dientes limpios y el cuerpo mínimamente aseado, no te pelees, no respondas de malos modos a los demás, aprende a comer con decoro, nunca con las manos, y con la boca cerrada, tápate la boca en los bostezos y al estornudar, anda y siéntate con una postura correcta, los brazos y los hombros bien colocados, aprende vocabulario, di las frases correctas y exactas, no hables de más, aprende a escuchar primero, ‘en boca cerrada no entran moscas’, ni salen culebras, haz tus tareas domésticas, la habitación en la que duermes es tu reino, mantenlo limpio y adecuado para las visitas imprevistas, y para ti, lleva siempre limpias las manos, arregladas las uñas, mejor lo neutro que el color, no disimules si no eres capaz de convencer, miente solo si puedes parecer cierta y no haces un daño innecesario, ten piedad del débil pero no seas condescendiente, valor con el fuerte, la astucia es más útil que la fuerza, lávate los dientes, mantente en forma, cualquier comportamiento repetitivo puede ser un vicio, no te dejes dominar pero no seas vanidosa, humildad la justa, aprende a soportar la frustración con buena cara, y el éxito con calma, nada dura para siempre, el cambio es la salsa de la vida, no mires atrás, nada de lo que estás viviendo ahora volverá a ocurrir y sobretodo recuerda que nadie, nunca, en ninguna parte, te quiere como tu madre, hija…..
De pronto se cortó, dejo de formarse el humo discursivo, las palabras volátiles que salían de la caja negra a borbotones dejaron de brotar formando un rastro de humo de un color indescriptible. Porque empezaban todas en verde, pero según se iban formando las frases cambiaban rápidamente de colores, y al final se iban deshaciendo entre grises, marrones y demás tonalidades del exceso, turbias.
Alma estaba sentada en la banqueta, con sus chicles pegados debajo. Miraba absorta el aire, esperando nuevas frases. Había atinado a coger su pequeña ‘Molesquine’ y apuntar algunas de las últimas, una vez había salido de su estupefacción inicial.
El Dr. Grande estaba de pie, rígido, incapaz de articular palabra, sonido o movimiento alguno. Alma pensó al verle que parecía un mimo viejo, haciendo de estatua viviente en la calle Preciados.
El ring del teléfono sonó como un mazazo. Los dos saltaron casi al unísono, pero fue Alma quien llegó a cogerlo primero, dígame?
– Soy Eleanor Ribera, ¿con quién hablo por favor? Necesito hablar con Antonia, creo que está en ese lugar; me ha llegado una llamada suya.
Alma, casi de forma refleja y sin consciencia realmente, acertó a alargar la mano y voltear la etiqueta que colgaba del dedo gordo del pie de la mujer muerta. Sin contestar aun la petición de Eleanor, leyó en voz alta: Antonia Gramsci, 78 años, procedencia Hospital Clínico, causa de la muerte: fallo sistémico general.
3 Eleanor
Su madre había pasado por su vida como un ciclón, primero formándola suavemente, con cariño, y luego abandonándola de forma dura y brusca, arrasando con todo lo que la rodaba, sin miramientos. Eleanor supo más tarde que su nacimiento no había sido todo lo perfecto y satisfactorio que le había contado su padre. No fue una hija deseada, más bien un accidente, algo habitual después de dos hermanos y algún aborto, que normalmente ni se mencionan, no se cuentan, excepto por la mujer que los tiene.
Hacía sus tareas de casa con esmero, había aprendido desde muy niña. Le parecía bien; la disciplina le había ayudado a criarse a sí misma, los valores son mucho más sólidos para la mente del hombre, de la mujer, pensaba, que cualquier otro alimento.
Mientras terminaba de prepararse sus huevos estrellados, le encantaba ese plato simple y puro, perfecto, sonó el teléfono.
– Hola mamá, ¿cómo estás hoy?
Se había acostumbrado a sus silencios prolongados en los que solo escuchaba su respiración suave, a veces un poco áspera, de persona mayor, con cañerías casi obstruidas por el tiempo, dañadas por las emociones de una vida larga.
– Me alegro de que me llames, hoy tengo un día duro y hacía tiempo que no hablábamos
Ya no se sorprendía con su propio sarcasmo, ni siquiera echaba esa media sonrisita al darse cuenta de que era uno más de sus monólogos forzados al teléfono con su madre, que ella no iba a decir nada de nada, que no había conversación real. Con el tiempo había aprendido a asumirlo, a intercambiar respiraciones y pequeños ruidos guturales, a escuchar el silencio mismo y hablar con él. Por supuesto Eleanor si contaba cosas, le contaba su vida a su madre muda o mejor dicho ‘silente’.
– Mamá, tengo que decírtelo aunque me cueste. Todo va a cambiar en mi vida. Se acabó mi relación con Fran, se acabó todo, me voy, no puedo más. ¿me oyes mamá? Necesito que me escuches y que me comprendas. Por una vez, escúchame tú a mí, sin juzgarme, como una madre auténtica, vieja y experimentada. Hace ya tiempo que lo sentía, sabía que debía mover ficha, y por fin tengo el valor de hacerlo, lo entiendes?
– De acuerdo, hija, te escucho.
Eleanor soltó el auricular de golpe y la conexión se cortó. No se lo esperaba. Le crujió el estómago, se le cortocircuitó el pensamiento. Miró al suelo, al auricular roto. De sus ojos brotaron lágrimas sin control. De su alma, un quejido intenso y doloroso.
Al otro lado de la línea, bueno, de las ondas mejor dicho, Antonia cambió a ‘modo desfragmentación’. Se había bajado el último programa actualizado que ya le había dado muy buenos resultados antes. Necesitaba recolocar todos sus clusters, sentía que estaba un poco sucia por dentro, sus bytes desorganizados. Limpiar no era una de sus actividades favoritas pero lo hacía muy bien, todos se lo decían aunque a ella le daba igual el criterio de los demás.
Pulsó ‘enter’, y entro en ‘stand by’.